"Bendito sea
el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de
toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para
que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación,
por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios. Porque
de la manera que abundan en nosotros las aflicciones de Cristo, así abunda
también por el mismo Cristo nuestra consolación. (2 Corintios 1:3-5).
Al Señor Dios nunca se le toma por sorpresa. Él sabe por todo lo que estamos pasando y está dirigiendo todas nuestras circunstancias tanto para nuestro bien como para su gloria, conforme a su buena voluntad.
Uno de los propósitos de las dificultades es limpiarnos. Por nuestra naturaleza “carnal”, y el mundo egocéntrico en que vivimos, es fácil desarrollar actitudes centradas en uno mismo, prioridades confusas y costumbres impías. Por tanto, las presiones que nos sobrevienen en situaciones tormentosas tienen el propósito de llevarnos al arrepentimiento. Nuestras pruebas no son para hundirnos, sino más bien para purificarnos y llevarnos de vuelta al camino del temor a Dios.
Otra razón para la lucha es enseñarnos cómo consolar a otros. La obra de Dios en nuestras vidas no es solamente para nosotros. Está diseñada para que alcancemos a un mundo que no conoce al Señor Jesús. Él usa las presiones que enfrentamos para prepararnos en cuanto al servicio a los demás. Cuando padecemos sufrimientos, descubrimos el poder de Dios, su presencia consoladora y su fortaleza para ayudarnos a soportar. Nuestro testimonio durante los tiempos de dificultad será auténtico; aquellos a quienes predicamos reconocerán que conocemos y comprendemos su dolor.
Reflexionar en el propósito divino que hay detrás de nuestras dificultades, puede ayudarnos a responder a ellas de una manera que honre a Dios. Las lecciones de Dios normalmente se ponen en claro gradualmente, pero Él estará caminando al lado suyo a lo largo de todo el camino.
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