Sin embargo, no se olvidaba de todo, apenas de una cosa, que se había enamorado el día anterior. Esto obligaba a los chicos a tener que reconquistarla todos los días. Aun que la tarea no era difícil (porque ella se enamoraba con facilidad), todos le tenían miedo.
Finalmente apareció un pretendiente muy determinado y se casó con ella. Cuando hicieron cinco años de casados, el rey hizo una gran fiesta, al ver su hija feliz, radiante y más linda que nunca, le pregunto al chico.
El problema de mi hija: … bien, ¿ustedes lo están superando? ¿O ha estorbado su matrimonio?
No, mi rey, al contrario, tener que conquistarla a cada día no es un problema, es una bendición. Esa es la fuerza de nuestro matrimonio.
“Vosotros, maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frágil.” 1 Pedro 3:7
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