Había una
vez una princesa muy hermosa y sensible, y aunque tenía muchos pretendientes,
ninguno le pidió en boda, porque ella tenía un problema, era olvidadiza.
Sin embargo,
no se olvidaba de todo, apenas de una cosa, que se había enamorado el día
anterior. Esto obligaba a los chicos a tener que reconquistarla todos los
días. Aun que la tarea no era difícil (porque ella se enamoraba con facilidad),
todos le tenían miedo.
Finalmente
apareció un pretendiente muy determinado y se casó con ella. Cuando
hicieron cinco años de casados, el rey hizo una gran fiesta, al ver su hija
feliz, radiante y más linda que nunca, le pregunto al chico.
El problema
de mi hija: … bien, ¿ustedes lo están superando? ¿O ha estorbado su matrimonio?
No, mi rey,
al contrario, tener que conquistarla a cada día no es un problema, es una
bendición. Esa es la fuerza de nuestro matrimonio.
“Vosotros, maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente, dando honor
a la mujer como a vaso más frágil.” 1 Pedro 3:7
“Y
nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su padre.” Ap. 1:6
Nuestra
condición presente no muestra con precisión lo que seremos en el futuro, pero
es tan cierto como el eterno Dios. Mientras tanto, debemos hacer nuestra tarea
fielmente como sacerdotes de Dios, lo cual significa que debemos interceder a
favor de aquellos que necesitan al Señor Jesús y que no pueden orar por ellos
mismos.
Pudiera
definirse la intercesión como la oración santa, fiel, y perseverante mediante
la cual un Siervo le suplica a Dios por otro u otros que necesitan la
intervención de Dios. La oración de Daniel en Dn 9 es una oración intercesora,
cuando ora fervientemente por la restauración de Jerusalén y por toda la nación.
Durante su
ministerio aquí en el mundo, el Señor Jesús oró por las multitudes a las que
vino a buscar y a salvar. El lloró por la ciudad de Jerusalén, oró por sus
discípulos, tanto por cada uno en particular, como por todos ellos, incluso oró
por sus enemigos mientras estaba colgado en la cruz. Un aspecto continuo del
actual ministerio del Señor Jesús hoy es interceder por sus hijos delante del
trono de Dios. Por esta razón, Juan lo llama de abogado, es decir, uno que
defiende el caso de ellos, la intercesión de Cristo es esencial para la
Salvación, sin su gracia, misericordia y ayuda transmitidas a los Siervos de
Dios mediante la intercesión, se apartarán de Dios y una vez más serían
esclavizados por el diablo.
El Espíritu
Santo también está implicado en la intercesión. Pablo declara: “Que hemos de
pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por
nosotros con gemidos indecibles”. Rm 8:26 El Espíritu Santo por
medio del espíritu humano del Siervo, intercede conforme a la voluntad de Dios.
De esta manera, el Señor Jesús intercede en el cielo por su Siervo; el Espíritu
Santo intercede dentro del Siervo en la tierra.
Continúa...
"¿Quién hay entre vosotros que teme a Jehová, y oye la voz de
su siervo? El que anda en tinieblas y carece de luz, confíe en el nombre de
Jehová, y apóyese en su Dios." Isaías 50:10
Las
guerras espirituales son profundas y muy fuertes. Para obtener victoria sobre
las mismas, es necesario, en primer lugar, la victoria sobre las emociones. El
espíritu humano es la sede del Espíritu de Dios. Nuestro espíritu capta al
Eterno. Por eso, la meta del diablo es llevarnos hacia la oscuridad espiritual,
de modo que desesperemos. El Señor permite esas guerras para que tengamos la
oportunidad de confirmar la autoridad de la victoria de Jesús:
"He aquí os doy potestad... sobre toda fuerza del enemigo." ¿Pero qué
podemos hacer en la práctica, cuando nuestro espíritu es conducido en medio de
una oscuridad indescriptible? Confiar en el Señor - pese a que no sintamos
nada.
Si no viene respuesta de lo alto, si parece que estamos sin salida y si
interiormente nos sentimos como en el fondo de un pozo, entonces debemos hacer
lo que dice Isaías: "Confíe en el nombre del Señor, y apóyese en su
Dios." si nos afirmamos en el Señor Jesús, asumimos la postura victoriosa
de Job, quien exclamó: "Yo sé que mi redentor vive."