Imagínese que le estoy dando un billete nuevo
de cien dólares, ¿Lo quería? ¡Lo más probable es que sí! Ahora Imagínese
que tomara yo el billete y lo arrugara un poco y ahora no se vea tan
bonito como cuando salió de la casa de la moneda. ¿Aún así lo querría? ¡Claro!
Pero espere, ¿que tal si saliera del estacionamiento, lo tirara al suelo
y yo lo pisoteara hasta que ya ni se percibiera el dibujo del billete? Ahora
estaría sucio, manchado y maltratado. ¿Todavía lo querría?
Por supuesto. ¿Porque? Porque todavía tiene el valor a pesar del mal trato que ha recibido. Cien dólares son cien dólares. No pierde su valor simplemente porque ha envejecido, porque no se ven tan bien como solía o porque ha sufrido algunos golpes en la vida.
Dios ve a cada uno de nosotros de la misma manera. Todos pasamos por retos y luchas, y a veces nos sentimos como aquel billete de cien dólares, todo arrugado y sucio. Pero igual que el billete, ¡todavía tenemos valor también! De hecho nunca, nunca perderemos nuestro valor. Ese valor ha sido puesto en cada uno de nosotros por el creador del universo, y nadie puede quitarnos eso.
No permita que otras personas, o circunstancias de la vida le quiten este valor.
Por supuesto. ¿Porque? Porque todavía tiene el valor a pesar del mal trato que ha recibido. Cien dólares son cien dólares. No pierde su valor simplemente porque ha envejecido, porque no se ven tan bien como solía o porque ha sufrido algunos golpes en la vida.
Dios ve a cada uno de nosotros de la misma manera. Todos pasamos por retos y luchas, y a veces nos sentimos como aquel billete de cien dólares, todo arrugado y sucio. Pero igual que el billete, ¡todavía tenemos valor también! De hecho nunca, nunca perderemos nuestro valor. Ese valor ha sido puesto en cada uno de nosotros por el creador del universo, y nadie puede quitarnos eso.
No permita que otras personas, o circunstancias de la vida le quiten este valor.